En 1959, don Franklin publicó la Biografía de Jaime Laredo. Lo que sigue es la primera parte. La segunda parte está más abajo: El Concurso de Bruselas.
JAIME LAREDO
Por Franklin Anaya[1]
En acto literario musical del Club de Leones de Cochabamba, Bolivia, del 7 de junio de 1959 en homenaje al violinista Jaime Laredo que acaba de obtener el premio mundial en el Concurso Internacional de Música de Bruselas, Franklin Anaya dio lectura al presente trabajo que el Club se honra en publicar.
Arquitecto y músico a la vez, Anaya es uno de los artistas más valiosos y de formación más completa con que cuenta Bolivia.
I. VIDAS EN TENSIÓN
Una partícula de la verdad es un eslabón de la verdad entera. Cuando en
Jaime Laredo (nació en Cochabamba, Bolivia, el 7 de junio de 1941), era un músico innato, un predestinado desde las tres sílabas que forman su apellido --La, Re, Do—dibujando una melodía sentimental e interrogante. He ahí la partícula de verdad. Ya en el padre de Jaime, Don Eduardo Laredo, germinaron la música, la pintura y la poesía, llenas de vitalidad. Mas en él estas artes no llegaron a la plenitud de la floración, como no han florecido la mayoría de los artistas de su generación por falta de riego –cosas de la época, de
En un recodo de Cochabamba, donde se cruzan las calles
Eduardo prefirió llevar los problemas en la espalda, que tropezar con ellos, y un día de marzo de 1948 partió de Cochabamba rumbo a Estados Unidos. Allá se estableció en el Oeste, en San Francisco, donde contrató al profesor Antonio de Grassi para que se haga cargo de la educación musical de Jaimito quien de inmediato inició sus estudios en la escuela primaria y continuó los musicales de teoría solfeo y violín; además inició sus estudios de piano. De Grassi inculcó en el niño un principio importante en la vida: de que nada es difícil hacer si las cosas se toman en serio y con calma y dio a Jaime piezas diversas sin compromiso de perfeccionarlas de inmediato a fin de que no quede insatisfecho, entre ellas el “Ave Marìa” DE Gounod y el de Schubert, piezas en las cuales Jaime espontáneamente ensayó el vibrato que es la magia del pulso que transforma el fenómeno físico de la cuerda en poética calidad. De Grassi se manifestó satisfecho con la memoria de Jaimito y se propuso no apresurar al discípulo hasta que su desarrollo físico le permita tocar en un violín de tamaño normal. El maestro sin duda dejó traslucir su satisfacción, pues la señora de De Grassi habría revelado a la hermana del famoso violinista Yehudi Menuhim: “Desde la aparición de Yehudi, este es el primer caso análogo”. Por aquella época, Eduardo escribió a sus amigos: “Vivo abrumado por el peso de mis responsabilidades pero me encuentro feliz del paso que he dado”.
Las dificultades económicas no tardan en presentarse para la familia. Eduardo aprovecha cualquier oportunidad para trabajar ya como pintor de “manchitas”, ya como traductor, ya como profesor de piano o de dibujo; Elena hace costuras para una casa comercial y al mismo tiempo atiende su hogar. Los ingresos provenientes de todas aquellas actividades son insuficientes para educar tres hijos, el menor de los cuales iniciaba una de las carreras más largas, difíciles y costosas. Jaime debía pues conquistar una beca sin otras armas que su esfuerzo y su talento y a tal fin se presenta en
El mismo año 1949 Jaime da su primer concierto en San Francisco algo atemorizado porque tiene delante a algunos grandes violinistas entre los cuales se halla Blinder, ex primer violín de
Algunas anécdotas significativas sucedieron al concierto: una culta anciana se hizo conducir hasta donde estaba el niño “para decirle lo feliz que ella se encontraba de vivir hasta sus ochenta años para poder oírlo antes de…” La frase fue ahogada por la emoción. La hermana de Yehudi Menuhim le dijo a Eduardo también en aquella oportunidad: “Lo felicito, pero no lo envidio”… la fama que envidia el público, el sabio compadece porque sabe cuán difícil es remontar la cumbre y cuánto más el mantenerse en ella.
Los éxitos logrados por Jaime dan lugar a que Adolfo Baller, director del “Alma Trio”, músico sabio y acompañante de Menuhim, luego de escuchar y observar a Jaime durante una tarde entera, felicite a Eduardo y le exprese que “raros padres colaboran y dirigen así a sus hijos; los más son causantes de que fracasen los niños prodigio y de que se apaguen por sí, pero no porque son focos de poca duración, sino porque la corriente que los anima es la que desaparece”. Aconsejan que se prescinda de las actuaciones públicas del niño por tres o más años y aprueban en Eduardo su intención de hacer de su hijo un músico antes que un virtuoso instrumentista. En efecto, siendo el objeto del arte expresar lo esencial, hacía falta una sólida cultura general, bases técnicas seguras y un amplio conocimiento de la literatura musical universal.
Sin embargo no podía cumplirse la totalidad de las sabias recomendaciones debido al restringido marco dentro del cual se movía una familia obligada a economizar hasta las estampillas para mantenerse decorosamente. Aún tuvo que aceptar Eduardo otras actuaciones del pequeño, entre ellas el concierto que toca en San Francisco en agosto de 1952 bajo la dirección de Arthur Fiedler, de
Un día de noviembre de 1952, Jaime llegó a su casa con las ropas descompuestas y el fuego del triunfo en la mirada, después de un concierto de sonatas que tocara en
Aquel suceso cerró el primer capítulo que abarca hasta 1954 y que podríamos intitularlo “Vida en el Oeste”, etapa preparatoria cuyos héroes son Eduardo y Elena.
Estamos ahora en el Este de
Entretanto, Jaime asiste a las clases de su nuevo maestro Gingold, en el Music School, de Cleveland. Su escuela se encuentra en el Campus de
Gingold da a Jaime por tareas ejecutar un estudio sobre cuyo tema debía inventar variaciones; luego tocar escalas en armónicas y arpegios en cuerdas abiertas, a fin de dominar el instrumento sin duda alguna, y para que “sus dedos gorditos se muevan como martillos viajeros”. Además, le trasmite una serie de nuevos recursos técnicos y musicales y a poco él mismo lo presenta al coloso Mischa Elman. Éste acepta la entrevista haciendo la salvedad de que “si el chico no era lo que Gingold creía no lo dejaría terminar su primera pieza”. Elman no gusta de escuchar a estudiantes y su crítica suele ser áspera. “Tocar ante él –previene Gingold—es más importante que tocar diez conciertos ante grandes públicos”.
Llegada la hora de la prueba, Gingold se siente nervioso. Deja solos a Elman y Jaime durante interminables minutos… Por fin escucha las exclamaciones de aplauso del gran artífice del violín y, lanzando un suspiro de alivio, ingresa en la sala donde Elman le espera con estas palabras: “No deje que nadie le haga cambio alguno. Su técnica del arco, su posición, su mano izquierda y todo, es perfecto”. Luego de escucharle varios estudios y un concierto, se refiere al fraseo, calidad, tono, interpretación y sensibilidad del violinista precoz y Elman dice estar ante “un muchacho que tiene todo lo que necesita para ser un verdadero intérprete y a quien sólo falta tiempo para madurar”. “Ahora no vale la pena cosechar más aplausos –escribe Eduardo a sus amigos—a riesgo de que los calzones del mocoso queden cortos toda la vida”.
Ayudado por los artistas de Cleveland, que le pagan la matrícula, Jaime llega a Meadow Mount, de Nueva York, donde se encuentra el campo de verano de Galamian.
Se trata de un centro en el cual perfeccionan su arte o revisan su técnica artistas de alto nivel. Allá estudia Jaime junto a violinistas venidos de los cuatro puntos cardinales, entre ellos, Vera Graf, de Argentina y Sara Silverstein, de Chile. Allí tiene también la oportunidad de conocer instrumentos de legendaria calidad como son los Stradivarius, Guarnerius, Amatis, Gadaminus y Ganglianos. Concluido el curso de verano, pasa a Philadelphia donde, patrocinado por Gingold, por Jorge Zsell, Director de
[1] Texto corregido por el autor para la segunda edición.
[2] Eduardo Laredo realizó sus estudios de secundaria y de música en California, Estados Unidos, donde se graduó en 1928 como Bachiller en Artes. Más tarde –1948 a 1952—fue profesor de música y dibujo en una escuela de dicho país para niños privilegiados que necesitan apurar sus estudios de Humanidades para dedicarse a la especialidad de su talento.
[3] Jaime fue en cambio favorecido con
[4] En los conciertos que dio en Bolivia, Jaime Laredo fue acompañado por el pianista Anton Kuerti, de 22 años. Éste ganó en 1957 el Premio Leventrit, que lo habilitó para tocar con las principales orquestas sinfónicas de Estados Unidos. Pianista de vigoroso temperamento y de ideas originales. A Jaime Laredo lo escuché acompañado al piano por dos grandes pianistas: Kuerti y Sokoloff, en septiembre de 1956 y noviembre de 1958, respectivamente. Kuerti despierta más admiración como solista; en cambio el profesor Sokoloff es un fino acompañante. En ambas oportunidades pude observar que Jaime, no obstante de tener a su cargo el papel engalanado de virtuosísimo, parecía realizar menos esfuerzo que el acompañante.
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