DISCURSO PROMOCIÓN 1970
Primeros bachilleres en Humanidades y Música. 1970. Palacio de la Cultura
Franklin Anaya Arze
Valiosas referencias a la historia del Instituto Laredo y de la Academia "Man Cesped" hizo Don Franklin al despedir a los bachilleres "dinosaurios" de nuestra Comunidad.
Henos aquí reunidos con motivo de la primera promoción de Bachilleres en Humanidades y en Música del Instituto de Educación Integral y Formación Musical “Eduardo Laredo”, que la festejamos con una velada de Arte, seguros de haber obtenido un resultado positivo después de 10 años de labor educativa no interrumpida. En efecto, el Instituto no ha conocido las huelgas ni las vacaciones sino de modo excepcional, debido al carácter de los estudios artísticos y a la necesidad de aprovechar los períodos libres en la preparación de las giras de nuestros niños a lo largo y ancho de casi todo nuestro territorio.
Las resistencias sicoprofesionales a que da lugar todo cambio motivaron el año pasado que el Magisterio local nos declare personas ingratas para su causa a los responsables del Instituto por el hecho de que no nos plegamos a las huelgas. En el presente año, cediendo a las presiones, hemos suspendido labores durante la última y prolongada huelga, perjudicando no solamente la instrucción de nuestros alumnos sino desbaratando la obra de extensión artística a que está obligado el Instituto.
Si existe voluntad de parte de profesores y alumnos para pasar clases de coros, instrumento, danza, idiomas, etc., durante las vacaciones, privándose unos y otros de holganza y sin cobrar aquéllos sobresueldos alguno, ¿puede exigírsenos que mediante las huelgas coadyuvemos a la demolición de lo que construimos con desvelo?
Ustedes saben que para el Instituto escogemos a los alumnos mediante un complejo examen de inteligencia, conocimientos, sensibilidad artística y personalidad. Hasta el año 1967 las calificaciones obtenidas por los niños aspirantes en dichos exámenes fluctuaban entre 5,3 y 6,7 sobre 7. Los alumnos seleccionados para el año 1971 acaban de obtener en relación a 1966 notas que fluctúan entre 3,8 y 5,6. Este descenso de preparación tan extraordinario es naturalmente el resultado de las sucesivas promociones por Decreto. Resultado lóbrego porque denuncia la degeneración de la mayor riqueza que puede tener un país, que es la de sus recursos humanos. Resultado que invita a pensar si no se debe elegir otra estrategia sindical menos autodestructora.
He dicho también que nuestra labor ha sido positiva porque los bachilleres que hoy se gradúan lo son verdaderamente. Nunca recibieron calificaciones de influencia o adulación, abultadas o disminuidas. Ninguno pasó de curso por Decreto, pues aquéllos que se habían rezagado tuvieron que pasar de curso amparados por la Ley, pero también a otro colegio. Así pues, como Director del Instituto, doy fe de su buena índole, de la bondad de sus corazones, de su alegría de vivir, de su inquietud por la cultura, de la seriedad de sus mentes y de su inocencia política. No les hemos dado reposo durante sus 9 años de permanencia en el Colegio, que no sea el del estudio mismo cuando se lo hace cantando. Y, a propósito, recuerdo con alegría aquella vez en que los profesores de primaria me contaron que, en los tiempos destinados a ejercicios, los niños se ponían a cantar con toda naturalidad, arte y gusto que habrían querido ellas, sus maestras, detener el mundo en ese instante. Recuerdo también que, ante la visita de un vecino cuyo dormitorio colindaba con el galpón de ensayos corales, me adelanté a presentarle mis excusas por no haber hecho poner vidrios a las ventanas; pero aquél me dijo: “Precisamente vengo a rogarle que no haga tal cosa, porque sus niños alegran mi despertar y me hacen ver el mundo con mayor optimismo.” Sin embargo de la belleza que encierra esta manera de vivir el colegio, yo me pregunto si aquellas cualidades de que he dado fe les serán valederas para enfrentar su nueva vida. Estoy seguro de que no tendrán tropiezos en la Universidad; pero, ¿en la vida social y política? Ellos salen de nuestras puertas sin malicia para ingresar al mundo de contradicciones y premura de hoy; a la sociedad de la angustia, la soledad y la ficción; a la “patria” de los enmascarados en que la “revolución” en boga preconizan los ricos para ser más ricos.
De los bachilleres de esta promoción, no todos empezaron sus estudios en primaria. Cuatro de ellos se incorporaron en Secundaria y vencieron sus estudios, cosa nada fácil si se considera que el programa en algunas materias es más amplio y el ambiente escolar distinto. En esta situación están Teresa Aparicio, Patricia Wormald, Fernando Mercado, Jorge Muñoz y Francisco Ávila. Los dos últimos han sido los mejores alumnos de su curso y Ávila un buen guitarrista; todos ellos seguirán carreras universitarias y Ávila piensa estudiar la electrónica del sonido, que tan grandes perspectivas tiene para la técnica moderna.
Lamentablemente he tenido el placer de ser maestro de todos ellos y en conciencia no estoy capacitado para enjuiciar sus personalidades. Sin embargo, diré que Patricia Wormald, así como es bella su voz, es también noble su espíritu; colaboró al Instituto con cariño y ganó rápidamente el afecto de sus compañeros y la gratitud de la Dirección.
De los demás muchachos, si el tiempo lo permitiese, me gustaría hablar con detenimiento, pues fueron mis alumnos de Música y camaradas en las giras y actuaciones artísticas. Jenny Cabrera se caracterizó por su discreción y disciplina; Soledad Gutiérrez, por su talento para los idiomas; Sarah Milán, por su voluntad inconmovible, es buena guitarrista; Mabel Ortuño, por su ánimo de colaboración y sentido del humor; Juan Carlos Mérida, siempre excelente en todo, ecuánime y sereno en sus juicios, representó a su curso y su Instituto, de talento para la Armonía; Gonzalo Quiroga, buen cantor y armonista, soñador y deportista, pulcro en su trabajo, muchacho de corazón puro; Jorge Canedo, con temperamento de líder, bajo excelente, mucho y buen sentido del humor; Juan Guzmán, nuestro principal pianista, será el único que siga exclusivamente la carrera musical: tocó exitosamente con la Sinfónica Nacional un concierto de Haydn; desde muy pequeño se privó de los minutos del recreo escolar para estudiar el piano. Por último, Juan Carlos Santa Cruz, a quien vi hace 8 años cantando como solista del Coro de los Niños y a quien debo despedirlo como a un hombre. A todos ellos quiero decirles que junto a sus padres me siento orgulloso y feliz y aunque mi vista se acorte con los años, seguirá buscando la luz de sus destinos.
LA ACADEMIA "MAN CESPED"
En este momento culminante creo oportuno hacer una relación del desarrollo singular de nuestro Instituto:
En 1960 fui nombrado Director de la Academia “Man Césped”, situación desde la cual me vi obligado a analizar la problemática de la educación musical académica en un país subdesarrollado como el nuestro, que muestra las siguientes facetas:
La profesión de músico puro no tiene perspectivas económicas en el medio latinoamericano y aun en el mundo occidental salvo para un número restringido de artistas;
- Las técnicas musicales, especialmente las del estudio de los instrumentos, son anacrónicas. La civilización exige medios mecánico-electrónicos para la creación y producción. Cuando se vuela a la luna por control remoto o se hacen operaciones maravillosas con una máquina computadora o una simple de calcular, resulta par el niño inadmisible el manual y rutinario estudio de los instrumentos. En consecuencia, faltan alumnos y los pocos que se pueden conseguir ofrecen resistencia pasiva y subconsciente;
- Para desarrollar el talento artístico es necesario que los ejercicios manuales vayan unidos a la enseñanza de complejas ciencias y técnicas; en el caso de la música, el solfeo, la armonía, el contrapunto y las formas musicales cuando menos. Para esta enseñanza faltan profesores sin los cuales todo cuanto se puede hacer en nuestras academias es un amaestramiento momentáneo y al final negativo;
- Los recursos económicos son limitados o se administran mal. Estoy seguro que nadie puede imaginar que el Ministerio de Educación y las Universidades de Santa Cruz y Potosí gastan en la enseñanza académica de la música más de un millón de pesos bolivianos al año. ¿Y con qué resultados?
Para formar artistas se requiere del niño de talento –cualquier intento en edad posterior es fallido--; del profesor sabio y de disciplina de trabajo, amén de los recursos materiales. Además, el estudio de las artes tiene que estar ligado íntimamente con el de las Humanidades. La falta de cualquiera de los factores enumerados produce el artista fallido característico de nuestro medio.
Gracias a la comprensión del Dr. Héctor Cossío Salinas, Alcalde Municipal en 1960, conseguí un subsidio para hacer funcionar una Secretaría a cargo del profesor Sr. Augusto Arraya, y el 4° curso de primaria a cargo de la profesora señorita Rosario Navarro, curso que fue llenado con alumnos seleccionados. La educación artística de éstos estuvo a cargo de profesores eminentes como Rafael Anaya, Eduardo Laredo, Blanca Carmona y otros auxiliares. Los niños aprendieron a leer y escribir música fuera de su programa de Humanidades. Luego, “La Escuelita”, como cariñosamente llamábamos al plantel naciente, fue creciendo en cursos y reforzándose en profesores de gran corazón como Nelly de Ayala, en Humanidades, Nora Becerra, en canto; Gastón Paz, en solfeo y coros; Yolanda Fernandois, Graciela y Ana María Alcázar, en piano; Víctor Rodrigo, en violín; Freddy Cortéz y Freddy Araníbar, en plástica; Gogy Rivero, en Inglés; Franklin Anaya hijo y Guido Vega, en Gimnasia; Lila Arzabe, en Danza; casi todos ellos ad honorem. La escuelita rindió frutos en dos años: representaciones teatrales, exposiciones pictóricas, conciertos en La Paz, Oruro y Cochabamba se sucedieron con éxito. Padres de familia y profesores aportamos económicamente para impulsar la experiencia que fue registrada como suceso en toda la prensa nacional y aun en algunos órganos del extranjero. Más de 100 cartas recibieron nuestros Niños Cantores de la Escuelita; recibió también otras invitaciones del Perú y del Brasil. Del paraguay y la Argentina recibimos la visita de profesores que querían informarse sobre el caso. Concedieron becas para nuestros profesores el Instituto de Cultura Hispánica, la Embajada de Checoslovaquia y el Instituto de Educación Musical Interamericano. Para entonces ya se había incorporado como Secretaria la Señora Justy Tezanos Pinto de Cortés, que resultó de positiva importancia para el establecimiento por su talento y su valor de afrontar las vicisitudes. Por no hacer largo este relato, me privo de mencionar a los distinguidos profesores que desde entonces han venido incorporándose a nuestro Instituto.
En materia educativa, “lo que se acepta perfectamente en los libros, sin que siquiera parezca ya original –dice Jacques Busquet—resulta escandaloso cuando se pasa a la práctica.” Y aquí empieza la dificultad. Cuando logramos reunir los factores positivos (alumnos de talento, maestros idóneos y disciplina de trabajo) los profesores de la Academia Man Césped, apoyados por el Jefe del Distrito Escolar de entonces (1962) se amotinaron con la máxima violencia, circunstancia que aproveché para conseguir que, por resolución ministerial, se formase en 1964 lo que es hoy el Instituto “Eduardo Laredo”. Mas si en aquel momento encontramos la comprensión de los Ministros Mario Guzmán Galarza, Ciro Humboldt y la ayuda del dirigente sindical Sr. Humberto Coronel, el resto del tiempo hemos tenido que hacer frente a un boicot casi general cuyos mezquinos pormenores es siempre mejor pasar por alto.
Otro problema de nuestro subdesarrollo fue el de atender a las necesidades materiales. Anualmente tuvimos que habilitar o construir un aula hasta completar las siete que faltaban, dotar de servicios, etc., en el cuartel de los barrenderos de la ciudad en el cual estábamos alojados. Había que adquirir material didáctico empezando por las tizas, instrumentos de música, muebles y útiles, desde el reloj hasta el kardex. Todo ello se ha logrado a base de esfuerzo propio.
“Soñar con el porvenir, pero al mismo tiempo no intentar de inmediato sino lo posible”, es nuestra divisa y política. Los niños que acabamos de seleccionar para el año lectivo de 1971 tienen 9 años de edad. El año 2000 tendrán 39 y estarán en la plenitud de su capacidad creadora. La educación que debemos impartirles hoy debe estar influida de nuestra visión de ese futuro, de nuestro sueño del porvenir. El año 2000, con toda seguridad la técnica, el arte y la ciencia estarán en tanta y continua transformación que el profesional, para adaptarse a las nuevas realidades surgidas del laboratorio, el taller y la industria, deberá ser un estudiante de por vida. Los medios de culturización serán universalmente televisados por medio de satélites. Cualquiera podrá tener en su escritorio o en su mesa-velador un aparato de radio mediante el cual halle respuesta cabal a cualquier consulta, respuesta que le llegará en contados segundos desde una computadora central ubicada en las metrópolis del Mundo; las formas actuales de expresión artística habrán cedido el campo a nuevo estilo informado por la física electrónica y la fotoelectrónica; el pincel o los instrumentos de música actuales serán dentro de un siglo piezas de museo.
En países como el nuestro, se hace casi imposible coordinar el sueño con la realidad. Toda visión del futuro, por objetiva que fuese, es apreciada como una utopía peligrosa para los intereses creados. Y toda visión es batida por la urgencia política. Es por la urgencia política que el gobierno cede a las presiones internacionales, populares y aun sectoriales. Es por esa misma urgencia que centraliza el poder, se agita febrilmente y administra la cosa pública no con los que entienden de los negocios del Estado, sino con las gentes hábiles para la maniobra política. En esas condiciones, las nuevas leyes dictadas con precipitación son insuficientes y se las aplica mal. Los cambios estructurales y de programas de la educación puestos en práctica cada año producen el caos y del caos se sale volviendo a la rutina.
“¿Para qué sirven en nuestros días –se pregunta Le Corbusier—tanta gesticulación, tanta contramarcha, tanto odio y esfuerzos del uno contra el otro, esfuerzos que se anulan mutuamente? Esto es para desesperar a las gentes humildes que son legión. Política, ¡Oh, esterilidad de la política! La Política debe ser la ejecución de un plan. Hay que buscar dónde está el plan real y humano.”
Para mí ese plan –en cuanto a la educación—debe consistir sucesivamente:
1°. En una mejor organización de lo existente;
2°. En una visión ambiciosa de lo posible.
Y antes de todo y para el momento en que vivimos, en la “organización del espíritu, que es el comienzo de toda nueva realidad” y el fruto principal de la labor educativa.
Cochabamba, octubre de 1970
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