Don Franklin escribió la biografía de Jaime Laredo en 1959, a pocas semanas de que el gran violinista ganara el Concurso de Bruselas, convocado por la Reina Isabel I de Bélgica en mayo de ese año. El lunes completaremos toda la biografía editada en Cochabamba con motivo del recibimiento triunfal que se le tributó a Laredo.
La Reina Isabel de Bélgica, viuda del Rey Alberto I y abuela de Balduino, el actual soberano de esa nación, tiene entre otros méritos el de ser una violinista de talento y un espíritu inquieto y promotor de la cultura musical. Desde su elevada posición, patrocina el Concurso Bienal de Bruselas que, desde hace dos décadas,[1] viene ganando merecido prestigio hasta alcanzar la fama de ser, junto con el de Moscú, uno de los festivales de arte más serios del mundo. En él participan sea como organizadores, jurados o concursantes, los músicos de mayor talento procedentes de los cuatro puntos cardinales. La edad de los aspirantes a los premios está limitada entre los dieciocho y los treinta años. Los antecedentes de los postulantes deben contar con la recomendación de maestros o institutos de prestigio universalmente reconocido.
En el concurso alternan la composición, la ejecución de piano o la de violín. En este último caso, el competidor debe salvar tres pruebas de progresiva dificultad técnica, la tercera de las cuales consiste en interpretar un concierto para violín y orquesta elaborado especialmente para el concurso. El compositor francés Darius Milhaud,[2] uno de los más significativos de la música moderna, recibió el encargo de escribirlo.
Jaime Laredo acepta el reto de Bruselas y el 5 de mayo de 1959, armado del famoso violín Stradivarius, conocido con el nombre de “El Emperador”, que le facilitara la Fundación John Phipps, de Nueva Cork, saca bolos para la primera rueda eliminatoria del concurso junto con ochenta y tantos competidores.[3] De éstos, llegan a la segunda rueda veinticuatro y, a la tercera, los doce finalistas que deben decidir puestos ejecutando el hasta entonces desconocido concierto de Milhaud.
En la segunda prueba, Jaime interpreta la Sonata N° 4 de Eugenio Ysaye sin desperdiciar ninguna de las posibilidades sonoras del texto… Luego ataca con maestría la temida partitura de Jean Absil, profesor de armonía del Conservatoria de Bruselas. Haciendo gala de estilo brillante, ejecuta el malabarista Scherzo en Sol Menor de Wianiaiwski y, después de ser ovacionado triunfalmente, ejecuta, ya más seguro de símismo, la parte final del Concierto en Sol Menor de Max Bruch. El gran violinista ruso David Oistrakh, no obstante su calidad de miembro del jurado calificador del concurso, no puede reprimirse entonces el impulso de decir a Jaime: “You are the best” (Tú eres el mejor). Pero aún queda la última prueba para la cual los doce finalistas permanecen incomunicados durante una semana en la Capilla Musical de la Reina Isabel, situada en los aledaños de Bruselas. Ahí ellos estudiarían de memoria y sin ensayar con la orquesta las cincuenta y cinco demoníacas páginas del Concierto Real de Milhaud.
La partitura de un concierto para violín y orquesta es el dibujo de un tejido sonoro en cuyos trazos duermen los misterios de la música como en un capullo. Llega el momento en que un centenar de extraños seres humanos vestidos de negro al templar sus instrumentos musicales expanden como incienso el rumor sutil de la materia; entonces el capullo se estremece, cunde la sombra, pesa el silencio, y a una señal del Director que oficia de Sumo Sacerdote, surge el concierto palpitando el violín como genio huidizo y estimulante de ansias inefables.
El 28 de mayo llega la prueba decisiva en que Jaime descubre la obra de Milhaud, toca las Seis Danzas Rumanas de Bartok y finalmente el Concierto en Re Menor Op. 47 de Sibelius. Si en Milhaud sólo “Albert Marcov, de Rusia, y él realizaron la hazaña de obtener el máximo partido”, fue con el Concierto de Sibelius que Jaime afirma su superioridad al desarrollarlo con ímpetu controlado y claridad tal, que a momentos –como el de la cadencia—parece que de su arco brotaran las palabras para conferir a la melodía su significado preciso.[4] “No hubo en la sala nadie que no hubiese sido impresionado por la interpretación de Laredo –escribe el crítico Paul Tinel, de Bruselas--, interpretación cargada de reflexión y de una vida sentimental que el artista transfirió en ardiente estremecimiento”, logrando así un soberbio equilibrio que tenía la firmeza de la roca de grano apretado y duro.”[5]
Un atronador aplauso siguió a la actuación de Jaime. El Director de la Orquesta de Bruselas, Franz André, acariciándole las mejillas, le dijo: “Has tocado como un ángel”, pero ¿cómo adivinar lo que pensaban los jueces? El fallo que lo declaró vencedor se hizo esperar hasta la 1 y 15 de la madrugada del 31 de mayo, en que Jaime fue llamado por Galamian, Oistrakh, Grumiaux, Gioconda de Vito, Yehudi Menuhim, Francescatti, Marcel Cuvilier y demás miembros del numeroso jurado. En tal apremio, olvidando el héroe toda circunspección y protocolo, corrió a su maestro Iván Galamian, a quien abrazó y besó. Este momento descubre ternura y gratitud que maestro y discípulo conjutan con emoción intensa, mientras las celebridades del jurado inclinan la mirada, pensando acaso que no existe un eslabón de la verdad más puro, más liberado de las sombras del egoísmo o del prejuicio, que el afecto entre maestro y discípulo de talentos, cuando a éstos ha elegido el destino luminoso de la cultura. Y así concluyó “la batalla musical de tres semanas seguida ávidamente por el público a través de la primera página de todos los periódicos y de todas las radiodifusoras del mundo, las cuales cubrieron sus noticias en forma excepcional hasta las últimas horas del 31 de mayo de 1959.”[6]
“Al tesoro que contiene todos los tesoros, como el que Fausto deseaba tener en la edad que florece y espera –dice también Tinel—Laredo añade el privilegio de una madurez precoz; pero si es musicalmente ya maduro, su corazón sigue siendo y creo que siempre lo será el de un niño embebido de gratitud y de modestia. Cuando llama por teléfono a sus padres que están ansiosos al otro lado del Atlántico, les dice: “El premio que acabo de ganar es vuestro y la medalla lucirá mejor en el pecho de mi madre”… “Perdónenme si no les puedo escribir largo porque la responsabilidad que he adquirido me impone trabajar sin interrupción para superarme.” Y así fue en efecto. En sus actuaciones posteriores de Bruselas, como el memorable concierto de gala que dio ante la realeza, Jaime deslumbró. Al escucharlo, ya no interesarían los laureles ni las vidas puestas en tensión para cosecharlos, es la belleza del nuevo hecho de arte, en sí mismo, el que hace la paz y la alegría en el corazón. Y fue por ello que la Reina Isabel, vestida de pureza, los grandes maestros y críticos de la música y el delirante público que lo escucharon, pusiéronse de pie para aplaudirle e imponerle una nueva medalla en nombre de la ciudad de Bruselas, medalla que Jaime recibió expresando “que no era para él sino para el pueblo de Bolivia, su patria.”
L
a vida es para el hombre un dramático ensayo, un problema a cuya solución final jamás se llega. Quizá por ello cierta vez el poeta alemán Goethe díjole a su biógrafo Eckermann: “Me han pintado siempre como a un hombre extraordinariamente favorecido por la suerte y no quiero quejarme ni maldecir del sino de mi vida. Pero es lo cierto que, en el fondo, esta vida mía no ha sido otra cosa que fatiga y trabajo, y puedo asegurar que en los setenta y cinco años que llevo en este mundo, apenas si habré disfrutado cuatro semanas de una dicha que merezca ese nombre”. Si eso dice Goethe, que ha sido una de las personalidades más equilibradas de la Historia, en cuán pocos días de felicidad verdadera podríamos evaluar nuestras vidas los demás mortales, y cuánta gratitud debemos a las personas o circunstancias que nos los han proporcionado.
El domingo 31 de mayo de 1959 fue un día transparente para los bolivianos porque a todos nos regaló momentos de felicidad la noticia de que Jaime Laredo había obtenido en el Concurso de Bruselas el primer puesto entre los violinistas de la nueva promoción mundial. Para los padres y hermanos de Jaime, cuyas vidas sincronizaron esfuerzos durante once años para poner en órbita a una estrella boliviana, la noticia causó el inefable sentimiento de felicidad que se expresa con silenciosas lágrimas. “Todas mis ilusiones se han realizado así, en un solo instante –dice el padre de Jaime--, de verlo, por un lado, poniendo en alto el nombre de su patria, y por otro, recibiendo de su tierra todo el respaldo y aliento que necesita para seguir luchando y recogiendo laureles.”
“Pronto me tendrán en Bolivia –escribe a sus amigos al día siguiente mismo del triunfo de Bruselas--. Allí seguiremos trabajando por instituir festivales de música si es posible anuales, que hagan de Bolivia una fuente de arte musical y un centro sudamericano.”
A nombre de esos amigos que hoy son una muchedumbre de corazones, quiero contestar diciendo: Gracias a ti, Eduardo Laredo, a tu esposa Elena, a tus hijos Marta y Teddy, con quienes levantaste andamios para construir esa estrella. Te esperamos, Eduardo, en la tierra que añoras. Aquí la situación mucho ha cambiado; según unos en bien, según otros en mal, pero es lo cierto que nuestras casas no se han reconstruido y las madres han envejecido entristecidas, mas para ti, Eduardo, hallaremos una casa que sea símbolo de madre, bajo este cielo nuestro que es el mismo, y esta luz, que siempre andina y luminosa, deja ver en la lejanía los detalles del paisaje. Un día subiremos hasta Siaco, el huerto donde encontraste a tu compañera. Allí ya no florecen las camelias, pero desde su altura miraremos cómo crece el maíz en los campos peinados por el arado. Y observaremos cómo se construyen las nubes que, así como la música nace del silencio, surgen en el espacio creadas por artistas invisibles y paseando su sombra por campos y colinas, se encrespan y modulan expresando –también como la música—la fantasía de la imaginación que las contempla.
Gracias a ti, Jaime Laredo, from Bolivia, que nos haces levantar la frente con orgullo. Gracias a los maestros que por intermedio tuyo extendieron a la juventud colectiva enseñanza. Y gracias a todos los hombres de la tierra que hacen tiempo expresivo del espíritu y, para lograr la cultura y la fraternidad humanas, se comunican por las más sutiles ondas del corazón y el intelecto.
Gracias, en fin, a ti, verdad entera, que nos regalas por amiga a la esperanza.
[1] Esta nota es de 1959.
[2] Junto con Durey, Poulan, Auric y La Tailleferre, formó el llamado grupo de “Los Seis de Francia”. Vive afectado por una parálisis que le obliga a dirigir la orquesta de sentado.
[3] En este momento, el conocido crítico de Washington, Paul Hume, predijo: “Jaime Laredo, que hace poco nos dejó soñando con su recital en Washington y a quien comparé con Heifetz, Francescatti y Oistrakh, está ahora concursando en Bruselas. Si Jaime no gana el primer premio, yo quisiera conocer y escuchar al violinista que lo pueda superar.”
[4] Las grabaciones de éste y otros conciertos fueron transmitidas en Bolivia.
[5] Diario Le Soir, de Bruselas, de 30 de mayo de 1959.
[6] Diario La Nación, de La Paz, Bolivia, de 9 de junio de 1959.
En el concurso alternan la composición, la ejecución de piano o la de violín. En este último caso, el competidor debe salvar tres pruebas de progresiva dificultad técnica, la tercera de las cuales consiste en interpretar un concierto para violín y orquesta elaborado especialmente para el concurso. El compositor francés Darius Milhaud,[2] uno de los más significativos de la música moderna, recibió el encargo de escribirlo.
Jaime Laredo acepta el reto de Bruselas y el 5 de mayo de 1959, armado del famoso violín Stradivarius, conocido con el nombre de “El Emperador”, que le facilitara la Fundación John Phipps, de Nueva Cork, saca bolos para la primera rueda eliminatoria del concurso junto con ochenta y tantos competidores.[3] De éstos, llegan a la segunda rueda veinticuatro y, a la tercera, los doce finalistas que deben decidir puestos ejecutando el hasta entonces desconocido concierto de Milhaud.
En la segunda prueba, Jaime interpreta la Sonata N° 4 de Eugenio Ysaye sin desperdiciar ninguna de las posibilidades sonoras del texto… Luego ataca con maestría la temida partitura de Jean Absil, profesor de armonía del Conservatoria de Bruselas. Haciendo gala de estilo brillante, ejecuta el malabarista Scherzo en Sol Menor de Wianiaiwski y, después de ser ovacionado triunfalmente, ejecuta, ya más seguro de símismo, la parte final del Concierto en Sol Menor de Max Bruch. El gran violinista ruso David Oistrakh, no obstante su calidad de miembro del jurado calificador del concurso, no puede reprimirse entonces el impulso de decir a Jaime: “You are the best” (Tú eres el mejor). Pero aún queda la última prueba para la cual los doce finalistas permanecen incomunicados durante una semana en la Capilla Musical de la Reina Isabel, situada en los aledaños de Bruselas. Ahí ellos estudiarían de memoria y sin ensayar con la orquesta las cincuenta y cinco demoníacas páginas del Concierto Real de Milhaud.
La partitura de un concierto para violín y orquesta es el dibujo de un tejido sonoro en cuyos trazos duermen los misterios de la música como en un capullo. Llega el momento en que un centenar de extraños seres humanos vestidos de negro al templar sus instrumentos musicales expanden como incienso el rumor sutil de la materia; entonces el capullo se estremece, cunde la sombra, pesa el silencio, y a una señal del Director que oficia de Sumo Sacerdote, surge el concierto palpitando el violín como genio huidizo y estimulante de ansias inefables.
El 28 de mayo llega la prueba decisiva en que Jaime descubre la obra de Milhaud, toca las Seis Danzas Rumanas de Bartok y finalmente el Concierto en Re Menor Op. 47 de Sibelius. Si en Milhaud sólo “Albert Marcov, de Rusia, y él realizaron la hazaña de obtener el máximo partido”, fue con el Concierto de Sibelius que Jaime afirma su superioridad al desarrollarlo con ímpetu controlado y claridad tal, que a momentos –como el de la cadencia—parece que de su arco brotaran las palabras para conferir a la melodía su significado preciso.[4] “No hubo en la sala nadie que no hubiese sido impresionado por la interpretación de Laredo –escribe el crítico Paul Tinel, de Bruselas--, interpretación cargada de reflexión y de una vida sentimental que el artista transfirió en ardiente estremecimiento”, logrando así un soberbio equilibrio que tenía la firmeza de la roca de grano apretado y duro.”[5]
Un atronador aplauso siguió a la actuación de Jaime. El Director de la Orquesta de Bruselas, Franz André, acariciándole las mejillas, le dijo: “Has tocado como un ángel”, pero ¿cómo adivinar lo que pensaban los jueces? El fallo que lo declaró vencedor se hizo esperar hasta la 1 y 15 de la madrugada del 31 de mayo, en que Jaime fue llamado por Galamian, Oistrakh, Grumiaux, Gioconda de Vito, Yehudi Menuhim, Francescatti, Marcel Cuvilier y demás miembros del numeroso jurado. En tal apremio, olvidando el héroe toda circunspección y protocolo, corrió a su maestro Iván Galamian, a quien abrazó y besó. Este momento descubre ternura y gratitud que maestro y discípulo conjutan con emoción intensa, mientras las celebridades del jurado inclinan la mirada, pensando acaso que no existe un eslabón de la verdad más puro, más liberado de las sombras del egoísmo o del prejuicio, que el afecto entre maestro y discípulo de talentos, cuando a éstos ha elegido el destino luminoso de la cultura. Y así concluyó “la batalla musical de tres semanas seguida ávidamente por el público a través de la primera página de todos los periódicos y de todas las radiodifusoras del mundo, las cuales cubrieron sus noticias en forma excepcional hasta las últimas horas del 31 de mayo de 1959.”[6]
“Al tesoro que contiene todos los tesoros, como el que Fausto deseaba tener en la edad que florece y espera –dice también Tinel—Laredo añade el privilegio de una madurez precoz; pero si es musicalmente ya maduro, su corazón sigue siendo y creo que siempre lo será el de un niño embebido de gratitud y de modestia. Cuando llama por teléfono a sus padres que están ansiosos al otro lado del Atlántico, les dice: “El premio que acabo de ganar es vuestro y la medalla lucirá mejor en el pecho de mi madre”… “Perdónenme si no les puedo escribir largo porque la responsabilidad que he adquirido me impone trabajar sin interrupción para superarme.” Y así fue en efecto. En sus actuaciones posteriores de Bruselas, como el memorable concierto de gala que dio ante la realeza, Jaime deslumbró. Al escucharlo, ya no interesarían los laureles ni las vidas puestas en tensión para cosecharlos, es la belleza del nuevo hecho de arte, en sí mismo, el que hace la paz y la alegría en el corazón. Y fue por ello que la Reina Isabel, vestida de pureza, los grandes maestros y críticos de la música y el delirante público que lo escucharon, pusiéronse de pie para aplaudirle e imponerle una nueva medalla en nombre de la ciudad de Bruselas, medalla que Jaime recibió expresando “que no era para él sino para el pueblo de Bolivia, su patria.”
L
a vida es para el hombre un dramático ensayo, un problema a cuya solución final jamás se llega. Quizá por ello cierta vez el poeta alemán Goethe díjole a su biógrafo Eckermann: “Me han pintado siempre como a un hombre extraordinariamente favorecido por la suerte y no quiero quejarme ni maldecir del sino de mi vida. Pero es lo cierto que, en el fondo, esta vida mía no ha sido otra cosa que fatiga y trabajo, y puedo asegurar que en los setenta y cinco años que llevo en este mundo, apenas si habré disfrutado cuatro semanas de una dicha que merezca ese nombre”. Si eso dice Goethe, que ha sido una de las personalidades más equilibradas de la Historia, en cuán pocos días de felicidad verdadera podríamos evaluar nuestras vidas los demás mortales, y cuánta gratitud debemos a las personas o circunstancias que nos los han proporcionado.
El domingo 31 de mayo de 1959 fue un día transparente para los bolivianos porque a todos nos regaló momentos de felicidad la noticia de que Jaime Laredo había obtenido en el Concurso de Bruselas el primer puesto entre los violinistas de la nueva promoción mundial. Para los padres y hermanos de Jaime, cuyas vidas sincronizaron esfuerzos durante once años para poner en órbita a una estrella boliviana, la noticia causó el inefable sentimiento de felicidad que se expresa con silenciosas lágrimas. “Todas mis ilusiones se han realizado así, en un solo instante –dice el padre de Jaime--, de verlo, por un lado, poniendo en alto el nombre de su patria, y por otro, recibiendo de su tierra todo el respaldo y aliento que necesita para seguir luchando y recogiendo laureles.”
“Pronto me tendrán en Bolivia –escribe a sus amigos al día siguiente mismo del triunfo de Bruselas--. Allí seguiremos trabajando por instituir festivales de música si es posible anuales, que hagan de Bolivia una fuente de arte musical y un centro sudamericano.”
A nombre de esos amigos que hoy son una muchedumbre de corazones, quiero contestar diciendo: Gracias a ti, Eduardo Laredo, a tu esposa Elena, a tus hijos Marta y Teddy, con quienes levantaste andamios para construir esa estrella. Te esperamos, Eduardo, en la tierra que añoras. Aquí la situación mucho ha cambiado; según unos en bien, según otros en mal, pero es lo cierto que nuestras casas no se han reconstruido y las madres han envejecido entristecidas, mas para ti, Eduardo, hallaremos una casa que sea símbolo de madre, bajo este cielo nuestro que es el mismo, y esta luz, que siempre andina y luminosa, deja ver en la lejanía los detalles del paisaje. Un día subiremos hasta Siaco, el huerto donde encontraste a tu compañera. Allí ya no florecen las camelias, pero desde su altura miraremos cómo crece el maíz en los campos peinados por el arado. Y observaremos cómo se construyen las nubes que, así como la música nace del silencio, surgen en el espacio creadas por artistas invisibles y paseando su sombra por campos y colinas, se encrespan y modulan expresando –también como la música—la fantasía de la imaginación que las contempla.
Gracias a ti, Jaime Laredo, from Bolivia, que nos haces levantar la frente con orgullo. Gracias a los maestros que por intermedio tuyo extendieron a la juventud colectiva enseñanza. Y gracias a todos los hombres de la tierra que hacen tiempo expresivo del espíritu y, para lograr la cultura y la fraternidad humanas, se comunican por las más sutiles ondas del corazón y el intelecto.
Gracias, en fin, a ti, verdad entera, que nos regalas por amiga a la esperanza.
[1] Esta nota es de 1959.
[2] Junto con Durey, Poulan, Auric y La Tailleferre, formó el llamado grupo de “Los Seis de Francia”. Vive afectado por una parálisis que le obliga a dirigir la orquesta de sentado.
[3] En este momento, el conocido crítico de Washington, Paul Hume, predijo: “Jaime Laredo, que hace poco nos dejó soñando con su recital en Washington y a quien comparé con Heifetz, Francescatti y Oistrakh, está ahora concursando en Bruselas. Si Jaime no gana el primer premio, yo quisiera conocer y escuchar al violinista que lo pueda superar.”
[4] Las grabaciones de éste y otros conciertos fueron transmitidas en Bolivia.
[5] Diario Le Soir, de Bruselas, de 30 de mayo de 1959.
[6] Diario La Nación, de La Paz, Bolivia, de 9 de junio de 1959.
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