viernes, 9 de mayo de 2008

Breve Historia del INSTITUTO LAREDO

Breve Historia del INSTITUTO LAREDO

Don Franklin pronunció este discurso en el acto de conmemoración de las Bodas de Plata del Instituto Laredo.

Por gestiones de Eduardo Laredo y Rafael Anaya se creó en Cochabamba la Academia de Bellas Artes “Man Césped”, cuya sección Musical quedó a cargo de Eduardo Laredo, Humbeto Vizcarra Monje, Armando Palmero, Emilio Hochman, Carlos Flamini y otros ilustres artistas. El Ministerio de Educación se hizo cargo de los sueldos y lo restante (local, instrumentos y demás recursos materiales) el aporte local. Lamentablemente Laredo retornó a Estados Unidos con la misión de hacer de su hijo Jaime estrella mundial del violín; Vizcarra volvió a sus lares altiplánicos; Hochman se fue a Sucre, Flamini murió. Quedó Armando Palmero a la cabeza de la Academia y finalmente Rafael Anaya, quienes renunciaron sucesivamente a sus labores directivas para no lidiar con ciertos elementos dañinos que lograron infiltrarse dentro del personal de profesores. En estas circunstancias, recibí un telegrama del Ministro de Educación, Fernando Díez de Medina, nombrándome Director de la Academia a pedido de la Sociedad de Artistas y Escritores de Cochabamba.


Traigo a la memoria esta historia, porque creo necesario dejar constancia de hechos significativos que tienen relación de antecedente con el Instituto Nacional de Educación Integral y Formación Musical “Eduardo Laredo”, que hoy conmemora sus Bodas de Plata; y finalmente, porque surge de modo natural una pregunta: ¿Cómo nació este Instituto?; luego vendrá otra: ¿Cuál su evaluación? Ambas debo contestarlas, lo que no es fácil, dado el breve tiempo que puedo ocupar en ello, pues describir la vida de esete plantel durante un cuarto de siglo transcurrido dentro de la turbulenta historia de Bolivia, requeriría de todo un libro como el Poema Pedagógico de Makarenko.


Volviendo a la Academia Man Césped, debo confesar que me vi en un aprieto. Se trata de un plantel que funcionaba en una casucha pequeña y destartalada concedida por caridad del Municipio. Sus alumnos, de toda edad: grandes y chicos en las mismas aulas; su trabajo, en cómodo horario vespertino entre periodos frecuentes de huelgas. En medio año lectivo, desaparecía el alumnado dejando el saldo de actividades a la simulación. Material didáctico, insignificante.


En aquella época (fines de la década del 50) yo tenía a mi cargo el proyecto de la Ciudad Universitaria, la construcción del edificio del Instituto Tecnológico y la Cámara de Comercio, la organización y dirección de la Facultad de Arquitectura y del Instituto de Investigaciones Arquitecturales, etc. Sin embargo, acepté la Dirección por una coyuntura: Jaime Laredo ganó el concurso de Bruselas como violinista, y su padre, don Eduardo, preparaba maletas para retornar a Cochabamba. Pensé pues que era de lealtad guardarle el puesto y entretanto reorganizar la Academia. Para esto último, había que analizar las posibilidades de la educación musical académica en un medio pobre y estrecho, análisis que conlleva el de la problemática general de la educación y del desarrollo cultural mismo del país; luego había que elaborar un plan ambicioso dentro de lo posible.


Esa educación integral debía ser el resultado –entre otras cosas—de una simbiosis de la enseñanza de las Ciencias y Humanidades, por un lado, y de las Artes, por otro, impartida a niños seleccionados por sus aptitudes, en un ambiente de libertad, felicidad y creatividad, y bajo la disciplina de la escuela orquesta, en oposición a la escuela cuartel. Aquí la música tendría una función formativa fundamental, no porque sea un adorno de la vida, un pasatiempo bello e inocente, sino porque su ejercicio pone en acción simultánea todas las facultades humanas, aun más que la ciencia; esto siempre y cuando sea consciente. La música da lugar a operaciones intelectuales, motoras y síquicas sincronizadas y complejas:


- Imaginación de la intensidad, duración, altura y timbre de los sonidos;

- Interpretación del sentido expresivo de las notas y de su compleja estructura armónica;

- Reproducción de los sonidos escritos con la voz o el instrumento;

- Confrontación de lo mentalizado con lo ejecutado;

- Control y tecnificación de los medios físicos de expresión; acción de los centros de audición y fonación y de los sistemas nervioso y muscular del cuerpo entero;

- Control de los reflejos neuromusculares y dominio de los impulsos de relajación;

- Coordinación con otras voces e instrumentos y con las señalizaciones del Director, y todo ello sin entrar al análisis de lo que exige la composición musical.


La música nace del silencio y muere en el silencio: después de producida, no admite correcciones; exige su ejercicio la máxima concentración de las capacidades humanas, lo que faculta no sólo a hacer música sino otras operaciones de la mente en los campos de la ciencia, la técnica o el arte.


A fines del año 1960, recorrí las escuelas de la ciudad y aproximadamente entre 9.000 niños de 8 años de edad, seleccioné 25 con aptitud sobresaliente, quienes se inscribieron para realizar sus estudios de primaria por la mañana y por la tarde de música, danza, etc. Gracias a la comprensión del Alcalde Municipal de entonces, el Dr. Héctor Cossío Salinas, conseguí un subsidio para rentar una Secretaría a cargo del señor Augusto Arraya Lidman y para la profesora del Cuarto curso de primaria, señorita Rosario Navarro. La parte musical estuvo a cargo de profesores expertos como Rafael Anaya, Eduardo Laredo, Blanca Elena Carmona. Lo que jamás se había logrado en la Academia se obtuvo aquí en un año: que los niños lean y escriban la música de corrido; luego, “La Escuelita” fue subiendo en cursos y reforzándose en profesores de gran corazón, como Nelly de Ayala, en Humanidades, Norah Becerra en Canto, Gastón Paz en Coros, Yolanda Fernandois, Graciela y Ana María Alcázar, en piano; Víctor Rodrigo en Violín; Freddy Cortés y Freddy Araníbar en Artes Plásticas; Gogy Rivero en Inglés; Franklin Anaya Vásquez y Guido Vega Márquez en Educación Física, casi todos ellos ad honorem. “La Escuelita” rindió frutos en pocos años: presentaciones teatrales, exposiciones pictóricas, conciertos en La Paz, Oruro, Sucre, Potosí y Cochabamba. Padres de familia y profesores aportaron económicamente para impulsar el experimento pedagógico que fue registrado como suceso en la prensa nacional. Para entonces, ya se había ncorporado como Secretaria la señorita Justy Tezanos Pinto, que resultó de positiva importancia para el establecimiento por su talento y valor para afrontar las vicisitudes.


La organización del espíritu es el comienzo de una nueva realidad. Y algo de eso se había logrado, pero, en materia educativa, lo que se acepta perfectamente en los libros, sin que siquiera parezca original, resulta escandaloso si pasa a la práctica. Cuando logramos los factores positivos (alumnos de talento, maestros idóneos y disciplina de trabajo) los profesores de la Academia[1], apoyados por el Jefe del Distrito Escolar de entonces, se amotinaron con máxima violencia. Para ellos, el establecimiento naciente era una amenaza. Don Eduardo Laredo no quiso hacerse cargo de la Dirección de la Academia, como era mi deseo, tanto por su salud como porque vio un cuadro decadente. Así pues, me vi obligado a hacer frente a la situación, a ser leal con todos esos niños que habíamos recogido y educábamos con amor. Ello implicaba renunciar a mis actividades habituales para seguir el noble sendero de la Educación. Por lo demás, el conflicto quedó solucionado por Resolución Ministerial de 1964, creando el Instituto Nacional de Educación Integral y Formación Musical “Eduardo Laredo” en base al plantel que habíamos iniciado. Mas si en aquel momento encontramos comprensión de los Ministros Mario Guzmán Galarza y Ciro Humboldt, la lucha por nuestra subsistencia recién había empezado. Cada año debíamos construir un aula, comprar un piano, muebles, útiles y obtener difícilmente los llamados “ítems de nueva creación” para el pago de sueldos.

Plan es todo aquello que prevé una operación en el espacio y en el tiempo. En consecuencia, todo plan debe ser ambicioso si ha previsto lo posible, pero en países como el nuestro, de baja cultura, se centuplican las dificultades para coordinar el sueño con la realidad. La visión del futuro, por objetiva que sea, parece una utopía peligrosa.

Después de 17 años transcurridos en gestiones, conseguimos que el Presidente de la República, General Banzer, encomiende al Arquitecto Albeto Contreras, Director Ejecutivo del Consejo Nacional de Edificaciones Escolares, la construcción del local que hoy ocupamos. Para ello destinó fondos especiales de la Presidencia y el Ministerio de Transportes nos cedió el terreno. Veintitrés años de trámites ante decenas de ministros fueron necesarios para que la Sección Artística del Instituto Laredo pase a depender del Instituto Boliviano de Cultura, medida administrativa que era indispensable. Mayor tiempo aún hemos demorado en obtener la donación de un Laboratorio de Física, Química y Biología, con que nos beneficia el actual Ministro don Enrique Ipiña Melgar, en oportunidad de estas Bodas de Plata.

Pero, más que todos estos bienes materiales, lo que más ansía el Instituto es lograr las condiciones que le permitan funcionar normalmente, es decir, sin las interrupciones a que dan lugar las frecuentes y prolongadas huelgas, que importan la demolición de lo que se construye con desvelo en las aulas; por otra parte, no se debe perder de vista que el gasto del Estado y todo el esfuerzo empeñado, tienen por objeto cuidar y desarrollar la mayor riqueza que tiene un país, que es la de sus niños de talento, en cuyos ojos florece la inmensidad del porvenir, y que ese trabajo es como el agua subterránea que reverdece el pasto sin hacerse ver.

Para concluir debo evaluar el Instituto como un plantel óptimo, que ya funciona por sí mismo, donde los maestros trabajan con responsabilidad y en armonía. Casi nunca he tenido conflictos con ellos como Director, tampoco he sabido de rencillas, rivalidades o intrigas entre su personal. Justy Tezanos Pinto de Cortés, que se incorporó como Secretaria, ha realizado la Carrera de Pedagogía en la Universidad, y es hoy eficiente Directora de la Sección de Humanidades; Norah Becerra se desempeña en igual forma en la Sección de Música.

Por suerte contamos con un Jefe Administrativo, la señorita Gabriela Lambert, incansable en el trabajo y escrupulosa en el manejo de las cuentas del Instituto.

En cuanto al alumnado se refiere, algún encuestador me hizo la siguiente pregunta:

- La vida del alumno en el Instituto Laredo –dijo—podríamos calificar como “en familia”, cosa que no es común en otros establecimientos donde abundan los rings de pelea. Parecería que el Instituto es un mundo aparte de la realidad externa; de tal suerte, quien egrese de sus aulas podría encontrarse en un ambiente hostil para el cual no está preparado.

- Efectivamente –respondí--, en el Instituto no se oyen palabras groseras ni se ven alumnos en pugilato. Los muros no están embadurnados de letreros. Los árboles crecen; se respetan las flores. Un egresado del Instituto, en su semblanza autobiográfica, escribe: “El Instituto Laredo es cada día nuevo y nos ocupa todo el tiempo. Ha dejado huellas, diré mejor, surcos profundos en nosotros. Allí tuvimos oportunidad de acercarnos a personas mayores de las que se aprende aún más que en la cátedra y de las que se escucha una palabra importante para la vida”. Recuerdo que las claraboyas del galpón de ensayos corales (realizados casi diariamente a primera hora de la mañana) colindaban con el dormitorio de un respetable vecino quien, cuando aquéllas se tapiaban, acudió alarmado y exclamó: “Me opongo a ese trabajo porque sus niños alegran mi despertar y me reconcilian con el mundo”. Pronto este sentimiento se extendería a los públicos de nuestras ciudades que escucharon al coro infantil…

En 1962, las profesoras de Humanidades me informaron que, en el tiempo destinado a los ejercicios escolares, los niños se ponían a cantar con tanta naturalidad, afinación y gusto, que habrían querido aquéllas, sus maestras, detener el mundo en ese instante. Sin embargo de la belleza que encierra esta manera de vivir en el colegio, me pregunté entonces si era valedera para enfrentar el futuro, pero he visto que de modo general nuestros muchachos vienen destacándose en la Universidad, la profesión, la literatura y las artes. Los veo trabajando en el Centro Cultural de Portales, la prensa, la radio, la televisión y el teatro; varios de ellos han ganado premios nacionales e internacionales; algunos actúan con brillo en Europa y Estados Unidos, pero más importante que todo ello es la influencia que ejercen en sus ambientes familiares y sociales que, incrementándose cada año, producen a lo largo una transformación cualitativa.

En el Instituto hemos recibido ya como alumnos a hijos de nuestros egresados, que han heredado, por lo visto, aptitudes de sus progenitores. Este es un buen reconocimiento de nuestra labor. Han transcurrido, pues, 25 años y los decanos de este plantel somos ya abuelos espirituales de alumnos nuevos y por ello mismo los comprendemos mejor y los amamos más.

La obra está, pues, a la vista de todos. Y voy a decir con el Conde de Basadre: “Nuestra historia no fue larga pero nos costó hacerla corta”. Pudo ser mejor, indudablemente, pero está limitada por nuestras capacidades y también por falta de una política nacional de desarrollo cultural, campo en el que prácticamente todo está por hacerse desde la fundación de la República. Y aquí debo citar también una frase de Frantz Fanon, que dice que “la revolución política debe preceder a la económica y social”; pero a aquélla, a la política, ¿no debe preceder la cultural?

Señor ministro, señores, para concluir, quiero confesar un sentimiento, un deseo que en el fondo ha animado a profesores y alumnos de este plantel desde hacen 25 años: el de ayudar a la supervivencia de Bolivia levantando su corazón.[2]

[1] Se refiere a la Academia “Man Césped”.

[2] Aquí dice: Cochabamba, noviembre de 1985; lleva la rúbrica de don Franklin y una nota adicional que probablemente formaba parte del plan de un libro: “Sigue B) Las Educación Integral.”.

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