Cuatro días a teatro lleno de martes a viernes pasado, el público se arremolinó en la antesala del Achá para presenciar una puesta artística en escena que ha marcado historia por su calidad coral, orquestal y escenográfica del estudio de Danza Contemporánea del Instituto “Eduardo Laredo” que junto a su Orquesta Sinfónica acompañó al grupo Canto Popular en su regreso aniversario por treinta años de canto comprometido con la democracia, la paz social, la niñez y la mujer. La atmósfera del teatro Achá contenía la concordancia de un público que se reencuentra con temáticas afines a las banderas de reivindicación social que le dieron significado a varias generaciones, siendo aún vigentes en un contexto político actual incierto, en este encuentro se reafirman sentimientos y pensamientos con aquellos contenidos que no han perdido un ápice de su vigencia y de los cuales hoy más que nunca sentimos su ausencia en una demanda, que desde lo artístico, llama a la paz y unidad de la nación en un marco de justicia social. Canto Popular es vanguardia de la canción de contenido social en Bolivia, salvando el mucho trecho de la lectura de la libertad de panfleto y saltando el “estravismus trovadoris” de trasnoche, sus integrantes han estado siempre comprometidos con el mensaje que compromete su actuar. Este singular conjunto, en sus orígenes netamente coral, se formó en la década de los años 70 entre estudiantes del Instituto “Eduardo Laredo”. La voz indiscutible de Canto Popular, nace de Julio Cesar Ocampo notable tenor, abogado de profesión y defensor de la democracia, es actual Vocal de la Corte Electoral Departamental; la voz fiel que le acompaña es la de Barítono, a cargo de Julio Alberto Mercado, recitador y de indiscutible llegada al público este arquitecto entregado a nuestra universidad ha aportado con mucho al desarrollo cultural del país. La notable voz de Bajo es natural al Jorge “Pulga” Canedo, arquitecto urbanista promotor de la vivienda popular moderna en el país y actual proyectista del modelo urbano de nuestra ciudad. Junto a ellos, desde su origen otro laredista: Ramiro Ocampo, barítono extraordinario, economista y de especial genio en el diseño de proyectos de desarrollo, suma al grupo a su hijo Bruno Ocampo, cantante Tenor de gran talento que ya se ha medido como solista en los mas prestigiosos escenarios de nuestra ciudad, es la joven promesa de dar continuidad a este gran proyecto artístico. La organización de este espectáculo que se perfila sin duda alguna entre las mejores puestas escenográficas de la década, ha sido hercúlea, a pulmón y atravesada por la consigna de recaudar fondos para el Instituto Laredo. Desde ya, fue una lástima no poder contar, para la primera etapa con el excelente Gastón Gonzales. A cambio le apostamos a la travesía del océano Atlántico del Pisq’o, Luis Chugar Panozo, que radicado en París, abandonó una gira por Grecia para alcanzarnos con la pureza sonora que solo él y no se sabe a través de que secretos, le extrae a sus instrumentos de vientos andinos; Eolo, Dios del Viento, como se le conoce en este hemisferio del planeta. Pero no acaba allí, el reclutamiento de los “Cantos” ha sido arduo y ha dado sus frutos, también contactamos al “palito”, Gonzalo Fuentes, que con un charango de fábula le pone el sello de hecho en Bolivia a este espectáculo, que con buen viento y fortuna cuenta con un músico de renombre internacional, el cantautor y fanático de Serrat, Marco Lavayén en la primera guitarra y Marcelito Aguilar, actual bajista de La Manzana, en el Bajo, jha! que lujo! Por último, la artillería pesada, traducida en un equipazo de percusión a cargo del querido laredista –reciente bachiller y llegadito de Cuba- Luis Mercado en la Batería y Mauricio Cardona experto en percusión latina. He guardado el último párrafo para dedicarlo a la gran ausencia. Residente en Brasil, con el Laredo en el pecho y siendo una de sus mas brillantes promesas, ahora cumplida; vive en Río de Janeiro un extraordinario compositor cochabambino |
1 comentario:
Recuerdo una mañana de Domingo, una mañana principios de los años noventa. No se exactamente que nivel cursaba, pero por aquel entonces aún la guitarra era grande para mi.
Años antes la fiebre por perfeccionar técnicamente su ejecución hizo que junto a mis compañeros de curso tuviéramos jornadas intensas de prácticas, desafíos, juegos, etc. sentados en las amadas piedras a la sombra de nuestros paraísos y molles...
Lo cierto es que un día este grupos de desarrapados decidío hacerle un homenaje a Don Franklin, colaborados por Don Edgar, papá del Gustavo Herboso y elegimos el canal 13. Aún me recuerdo llegando al edificio de la calle Oquendo, hecho un manojo de nervios por la aventura que eso significaba...
Recuerdo que entonces, cuando nos diponíamos a empezar hizo su entrada aquel enjuto caballero, con la melena alborotada, con los tirantes, con las sandalias. Con ese caminar ligero acompasado por el seseo del arrastre...
Fué una de las experiencias más maravillosas de mi vida al termino de la cual, se acercó a agradecernos el gesto y con el tono pausado que le caracterizaba nos dijo: "Chicos! técnicamente son muy buenos... pero ahora hagan música".
Pasó a explicarnos que lo que veía que nos hacía falta era el aprender a escucharnos, a compenetrarnos, unirnos como grupo y paso siguiente disfrutar de cada uno de los sonidos que ejecutáramos o cantáramos...
Cuánta razón tenía, hasta el día de hoy recuerdo esas palabras y desde entonces difruto más cuando comparto un escenario o simplemente cuando me encuentro conmigo mismo en soledad acariciando a mi guitarra...
Oscar Avilés Jiménez (Madrid)
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