EDUARDO LAREDO QUIROGA
Alguna gente piensa que el Instituto se llama Jaime Laredo. ¿Por qué Don Franklin escogió el nombre de Eduardo Laredo, el padre de Jaime? Quizás como homenaje al respaldo y el sacrificio extraordinarios de Don Eduardo para conducir la vocación y el talento de su hijo. La presente biografía fue escrita por Don Franklin.
Nació en Cochabamba, Bolivia, el 29 de noviembre de 1905.
Hijo de Luis Laredo y de María Quiroga de Laredo, estudió sólo tres años de instrucción primaria en Bolivia. El 1º y 2º en la Escuela Fiscal “Modelo” y el 6º curso en el Instituto Americano. El resto de sus estudios de primaria los completó en Argentina, Chile y Perú. Su educación secundaria la hizo íntegramente en California, Estados Unidos. Además asistió al Arrillaga Musical Collage donde obtuvo el título de “Asociado en Artes” (A.A.)
Volvió a Bolivia en 1924 y en 1925 regresó nuevamente para continuar sus estudios musicales hasta obtener su título de Bachiller en Artes. En 1929 contrajo matrimonio con doña Elena Unzueta Urquidi. En Bolivia, la Guerra del Chaco cambió el rumbo de su vida aunque él no participó en ella en primera línea por una grave afección cardiaca debida a fiebre reumática en su infancia. Sirvió de enfermero como alumno de Medicina de la Universidad de San Simón y atendió a los heridos evacuados de la guerra en el Hospital Viedma (Sala Militar).
En su matrimonio tuvo tres hijos: Teddy, Marta y Jaime. Al demostrar este último un marcado talento musical, la familia resolvió viajar al exterior para darle una educación apropiada. San Francisco de California fue nuevamente la ciudad seleccionada para ello y por rara casualidad los estudios de piano de Jaime fueron realizados con don Vicente de Arrillaga, el viejo profesor de su padre.
Desde 1948 hasta 1952, Eduardo Laredo trabajó de profesor de música y dibujo en una escuela especializada para niños privilegiados que necesitan apurar sus estudios para dedicarse a la especialidad de su talento. En esta escuela estudió su hijo Jaime y completó toda la primaria –que allí es de ocho años—en cuatro. Es cierto que no aceptan más de seis alumnos en un curso que es atendido por un profesor y dos ayudantes.
Terminado este primer ciclo de Humanidades y Música y luego de debutar su hijo con la Sinfónica de San Francisco, los padres y éste se fueron a Cleveland, Ohio, para que el profesor Josef Gingold lo preparara para el examen de ingreso al Instituto de alto nivel musical “Curtis”, en Filadelfia.
Aceptado allí en 1954, toda la familias se volvió a reunir en Filadelfia, y entonces los dos hijos mayores ya venían a ayudar en la lucha, puesto que habían egresado de profesionales en universidades californianas. Sin embargo, era urgente todavía, dado el alto costo de una educación musical de ese nivel, poner el hombro a los hijos.
Las dificultades de encontrar trabajo pasada cierta edad en los Estados Unidos son tremendas y más si uno no pasa el examen médico. Pero se abrió una oportunidad como secretario, casi traductor, de un grupo de jóvenes médicos sudamericanos que tenían becas en la Universidad de Pensylvania, en Filadelfia, pero no se podían entender con sus secretarios americanos. Desde ese día hasta que Jaime terminó sus estudios en 1959, don Eduardo pudo salvar, en el Hospital de los graduados latinoamericanos, el problema de la Torre de Babel y el suyo propio.
Entonces retornó a su tierra y sólo ha dedicado su tiempo a distraerse con todas sus inquietudes artísticas, hobbies, como él las llama, que le hacen olvidar sus dolencias físicas y lo acercan a sus hijos, quienes le escriben diariamente. “Felizmente ellos viven juntos –dice—pero no me convencen a mí de vivir enjaulado (refiriéndose a New York, la Jaula de Cemento).
En Cochabamba formó un ballet expresionista que tuvo varias actuaciones con éxito entre la gente culta. (Seis recitales desde octubre de 1961 hasta 1963). Presentó exposiciones, también de sus alumnos de pintura expresionista, y colaboró en los Cursillos de la UMSS del año 1963, de artes plásticas.
Ha dado clases particulares de piano encontrando varios niños de talento en nuestro medio. En 1963 enseñó inglés y piano en el Instituto que lleva su nombre. Organizó y dirigió el Coro de la Escuela Normal Teresiana con el que hizo una gira por varias capitales bolivianas en 1968.
Agravada su enfermedad cardiaca por la edad, se limitó a una vida tranquila en Santa Cruz de la Sierra, donde el clima y la altura le fueron favorables. Allí gozó de la permanente brisa, el paisaje del cual hizo algunos apuntes al pastel; la visita anual de uno y otro hijo a quienes escribe a diario.
Todos los que lo conocen allí dicen: “Si no está en la casa está en el correo o leyendo sus cartas en la Plaza”. Sus ex alumnos de la Normal de Cochabamba se reúnen con él para recordar y entonar aquellas canciones que él les había enseñado. Y él siempre les dice: “Mientras hay música, hay vida”.
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